Conozca un lugar único.
El antecedente más antiguo de las tierras donde se asienta actualmente la parte norte de nuestro Club se remonta a los tiempos de la colonia. En ellas, Don Francisco Antonio Herrero, un ex alto funcionario del Cabildo de Buenos Aires, se había hecho construir una casa de ladrillos, que figura en los planos de la época como el primer edificio relevante de la zona. Esa parcela junto con terreno circundante hasta llegar a las 91 hectáreas, fue comprada mas tarde por el arrendatario del Puente Márquez, y en su honor paso a llamarse “La Quinta de Luis Pellón”.
Luego de sucesivas transmisiones, hacia fines del siglo XIX la propiedad había quedado en poder de Don Benjamín Buteler, quien le dio el nombre al monte que rodeaba la espaciosa casa colonial. En 1912, sus herederos se la vendieron a Don Antonio Cesar Leloir, quien ese mismo año se la cedió a su cuñado, el Dr. Guillermo Udaondo, que había sido gobernador de la Provincia de Buenos Aires desde 1894 hasta 1898. En 1925, ya fallecido Don Guillermo, uno de sus hijos remato el predio, que fue adquirida por mandato de Don Mauricio Braun en un valor que excedió el máximo que el le había autorizado a su hijo Carlos. Es que, para sorpresa del mandatario, también había concurrido al recinto uno de sus hermanos con ordenes terminantes de la madre de comprar la propiedad “al precio que sea, Armando”.
Los alegres y alborotados años 20 fueron testigos del nacimiento de Los Pingüinos como entidad deportiva. Según los estatutos originales, el objeto principal del club seria “la practica de polo y el fomento y crianza del caballo adecuado para dicho juego”. Los socios propietarios – los siete hermanos varones Braun Menéndez – invitaron a sus amigos polistas a formar parte del club como socios honorarios, y se fue afianzando así la practica del polo, un deporte con el que nuestro país acababa de recibir un espaldarazo en el orden mundial con la máxima consagración en los Juegos Olímpicos de París, la primera medalla de oro de la Argentina en toda su historia. Poco tiempo después, los socios afiliaron al Club Los Pingüinos a la Asociación Argentina de Polo. A la hora de inscribir la camiseta, se propuso que fuera de color azul. ¿Pingüinos azules? Por suerte la Asociación respondió que ese color ya había sido registrado por otro equipo, y así el club pudo salvar el error zoológico e informar que la camiseta seria entonces mitad blanca como la nieve, mitad negra como la noche polar. Al menos hasta que empezara a desteñirse.
El momento deportivo culminante para el club se produjo en 1951, usando los colores de Los Pingüinos galoparon triunfantes por las canchas de Palermo, donde obtuvieron el Campeonato Argentino Abierto, el certamen Interclubes más importante del mundo, con la recordada formación de Luis Duggan, Gabriel Capdepont, Iván Mihanovich y Mariano Gutiérrez Achaval.
Entre tanto, la histórica casa había sido dotada de todo el confort de las residencias modernas. Al amplio parque que la rodeaba y a las pintorescas avenidas de árboles que la entre cruzaban, entre las que sobresalía la gran vía de acceso flanqueada por eucaliptos, se le agregaron delicados jardines, montes de frutales, caballerizas, una casa para peones y hasta una matera cual pincelada gauchesca. También funcionaba un tambo, una chanchería y una quinta, cuyos producidos llevaban consigo los propietarios de regreso a la gran ciudad. Y no era cuestión de desatender las cosas de Dios. Para ello, la capilla que había sido erigida durante la posesión de Don Udaondo, fue cuidadosamente restaurada. Se oficiaron en ellas bautismos, comuniones y bodas, y los tradicionales Vía Crucis de la Pascua y Misas de Navidad, y no dejaron de celebrarse servicios religiosos para agradecerle al cielo por tanta dicha familiar. En ese ámbito, el club se convirtió en lugar de concurrencia de los hijos y de sus amigos todos los fines de semana.
Tan feliz costumbre se traslado luego a la generación siguiente y el club paso a constituirse en centro de reunión de la cada vez mas dilatada familia, cuyos integrantes fueron aportando su propio caudal de amigos. Durante los años 60 se efectuaron sucesivas subdivisiones entre los herederos, quienes comenzaron a embozar planos de futuras casas de fin de semana, algunas con potencial de vivienda permanente, a la espera de que los gobernantes cumplieran, por fin, con la promesa empeñada en los años 20 de pavimentar la calle Gaona, arteria principal de acceso. A la preexistente casa del mayordomo ya se le había agregado otra cerca de la casa principal. En los años 50 y 60, a un ritmo cada vez mas vertiginoso, se fueron construyendo mas casas en la propiedad, a veces en lugares apartados del casco, y Los Pingüinos empezó a funcionar como un virtual Country Club.
A mediados de los años 70, algunos integrantes de la tercera generación entrevieron la idea de convertir a “La Chacra” en un Club de Campo, una figura que ya había quedado enquistada en el gran Buenos Aires. Fue entonces que se convoco a una reunión general en la que se decidió encomendarle al Arquitecto Hernán Elizalde, un especialista en la materia, la preparación de un proyecto definitivo, que contemplara una subdivisión en lotes de dimensiones mayores a las habituales de mercado con el fin de preservar la identidad del club. Se dispuso que los dueños de las tierras aportaran la mitad de su tenencia para cumplir con el porcentaje destinado a espacios verdes que exigía la ley de Clubes de Campo.
Al principio parecía utópico pretender aunar tantas voluntades, pero pronto las dudas quedaron disipadas cuando en todos los casos el interés particular se subordino al beneficio general. En el espacio común se seguirían desarrollando actividades deportivas como el polo, el tenis, la equitación y el fútbol, y se encararía la construcción de las dos obras mas importantes, la cancha de golf y el Club House. La primera, además de cumplir con su finalidad más obvia de fomentar el juego del golf, serviría para arraigar familias y valorizar sus tierras; la segunda seria utilizada como centro de reunión de los socios. En esos emprendimientos, y el hecho de que ya existieran en el Club propietarios extra familiares, ayudo a difundir el mensaje de bienvenida a todo aquel que quisiera compartir este sano proyecto de vida.
Hoy, gracias a dos accesos privilegiados, el Club se ha acercado en tiempo a la ciudad. Pero no por ello ha debido renunciar a esa envidiable atmósfera de paz e intimidad tan valoradas en estas épocas inquietas.
De este modo ha quedado plenamente colmada la aspiración de esa pareja visionaria, y de una manera que quizás haya excedido su más fantasioso sueño.
Características Generales:
El Club de Campo Los Pingüinos está emplazado sobre un predio de 220 has., a tan solo 29 km de la Ciudad de Buenos Aires. Está compuesto por 350 lotes de 2500 m2 de superficie promedio , una cancha de golf, canchas de polo y otros espacios de esparcimiento y circulación.
Diseñada por el arquitecto Angel Reartes, la cancha de 18 hoyos fue inaugurada en Abril de 1992. Se construyo en dos etapas de 9 hoyos cada una, primero los 9 hoyos que hoy conforman la vuelta, iniciada a mediados de 1988, donde se aprovecho a pleno la antigua y variada arboleda existente. Los hoy primeros 9 hoyos de la ida exigieron mayor movimiento de tierra pues se construyeron sobre una zona más parquizada, aunque se aprovecharon antiguos árboles.
De par 72, la cancha tiene una longitud de 6.824 yardas, y cuenta con tees de salida de caballeros y de damas. Los tees son largos, lo que permiten armar la cancha con diferentes yardajes.
Como defensa de agua la cancha cuenta con varias lagunas en ambos recorridos y un arroyo serpenteante que interesa los hoyos 13, 15 y 16. Árboles y rough completan las dificultades de sus amplios fairways. Sus greens de Agrostis son famosos por la forma en que reciben y sus suaves ondulaciones permiten, graduar las dificultades de la cancha, a través de la colocación de banderas.
Durante el año 2010 se termino la instalación de un moderno sistema de riego computarizado el que en forma creciente permitirá un manejo más sofisticado de la cancha.
Ubicada en la intersección del Acceso Oeste y el Camino del Buen Ayre tiene excelentes accesos, rápidos y seguros, desde el norte y el este y conectada por autopistas, está a sólo 29 km. Del centro de ciudad Autónoma de Buenos Aires.
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque, por conjeturas verosímiles, se deja entender que se llamaba Quejana. Pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.